martes, 22 de septiembre de 2009

Parte 2 "Juegos Malabares"

Capitulo #12
"Juegos Malbares"
*Continuacion...

— ¿Ya te vas?
—Sí —alzó el rostro, y sonrió—.No creo que lo aguante más.
Escuche una pequeña vocecilla que se nos acercaba, sonaba como alguien feliz y lleno de vida, voltee a ver quién era aquella persona y vaya que me lleve un susto al ver a Alice Cullen parada justo de mi.
Su pelo corto y de punta, negro como la tinta, rodeaba su exquisita, delicada y pequeña faz como un halo impreciso. Su delgada figura era esbelta y grácil incluso en aquella absoluta inmovilidad. Era absolutamente hermosa, era parecida a un ángel, pero para mí la más hermosa era Bella, mi Bella.
—Alice. La saludo Bella sin apartar la vista de mi rostro.
—Bella—respondió ella. La vos de Alice era hermosa, en si era indescriptible, ¿Toda esa familia era perfecta o era solo mi imaginación?
—Alice, te presento a Edward Masen... Edward, ésta es Alice —nos presentó con una seca sonrisa en el rostro.
—Hola, Edward —sus hermosos ojos brillaron de alegría en cuanto me vieron—. Es un placer conocerte al fin. No sabes cuánto he esperado para esto y yo se que puedes oírme.
Me quede con la boca abierta…ella había dicho lo que había dicho?
Bella nos miro con confusión.
—Hola, Alice —dije aun perplejo.
— ¿Lista Bella? —le preguntó. No temas no tardaremos mucho, ella también está ansiosa por lo de mañana. Nos vemos otro día Edward, de eso estoy completamente segura, no dejes que Bella desconfié de eso…se que todo saldrá bien. Alice era increíble.
—Eso creo—dijo ella sombríamente, mirando con confusión a su hermana—. Me reuniré contigo en el coche.
Alice Cullen se alejo trotando grácil por la cafetería. Aun me tenia perplejo. Me acorde por instinto de Bella que aun me miraba confundida.
—Y se puede saber que fue todo eso?
—Qué cosa? Dije como si no hubiera escuchado.
—No nada…—dijo ella aun mirándome de forma inquisidora. Necesitaba decir algo para calmarla, y bueno en parte para calmarme a mí mismo.
—Bueno, diviértete…está bien decir eso no? —le pregunté mirándola.
—Si claro que sí tonto.
Esbozó una amplia sonrisa.
—Bueno…entonces vuelve pronto y diviértete.
Me esforcé en parecer tranquilo y al parecer lo logre, era un buen mentiroso de eso no había duda alguna.
—Lo intentaré —Dijo aún sonriente—. Y tú, cuídate…por favor.
—Cuidarme... ¡Menudo reto! —dije sarcástico, por lo último que ella tenía que preocuparse es por mi seguridad.
—Solo hazlo—el rostro se entristeció—. Prométemelo.
—Lo prometo —declamé y la tome de la mano, cosa que no pareció molestarle—. Esta noche no hare absolutamente nada y me mantendré a salvo. Al decir esas palabras los ojos de Bella resplandecieron de alegría
—Perfecto —dijo contenta.
—Te lo he prometido.
Se puso en pie y yo también me levanté.
—Hasta mañana —Susurré.
—Es una promesa, te lo juro… ¿me crees? —murmuró.
Asentí con desánimo.
—Estaré allí lo más temprano que pueda —me prometió mordiéndose el labio inferior.
Extendí la mano a través de la mesa para acariciarme la cara, le rosé levemente los pómulos y luego ella se sonrojo como de costumbre, se dio la vuelta y se alejó. Clavé mis ojos en ella hasta que se marchó.
El resto de la clase transcurrió normalmente…nada era igual sin ella, todo carecía de alegría o de color sin su adorable presencia. Mañana era el día crucial, el día que marcaria nuestras vidas. El que le daría inicio o las acabaría. Alice tenía el don de la premonición, la misma Alice era la que me había dicho que todo estaría bien.
Nuestra relación no podía continuar en el filo de la navaja.
Había tomado mi decisión, lo había hecho incluso antes de haber sido consciente de la misma y me comprometí a llevarla a cabo hasta el final, porque para mí no había nada más terrible e insoportable que la idea de separarme de ella. Me resultaba imposible imaginarme un mundo, una vida sin ella, sin mi Bella.
Biología no tuvo chiste, nada me hacía gracia cuando ella no estaba, la vida no tenía sentido. Jessica me saco de mi estado depresivo al acercarse a mí. Al parecer ella estaba aun más triste que yo.
— ¿Vas a ir al baile con Isabella Cullen? —pregunto con la cabeza gacha. Jessica Stanley fuiste una tonta, cómo pudiste pensar que tu y el…
—No, no voy a ir con nadie—dije para que ella se sintiera algo mejor. Al parecer lo había logrado.
—Y…entonces, ¿qué vas a hacer? —inquirió con demasiado interés. Invítame al baile aun no es muy tarde, puedo decirle a Mike que no, puedo decirle que voy contigo…
Jessica, jamás cambiara, pensé sonriendo.
—Estudiar para el examen de Trigonometría o si no voy a reprobar, no creo que a Charlie le entusiasme mucho que repruebe.
— ¿Entonces Isabella te ayuda con los estudios?
—Bella—enfaticé— no me ayuda, además se va a no sé dónde durante el fin de semana.
Las mentiras eran mi segundo don, lo notaba claramente.
—Ah —se animó—. Siempre que nos necesites allí estaremos, nuestro grupo estaría complacido si fueras al baile. Hasta yo podría bailar contigo si quieres —prometió.
Imagine a un enfurecido Newton y aquello hizo que mi voz sonara convincente y ruda a la misma vez.
—Jess, no pienso ir al baile ¿de acuerdo?
—Ok —se enfado otra vez—. Sólo era una oferta.
Al terminar las clases me dirigí al aparcamiento, mi coche sin lugar a dudas, ni en sueños estaría allí. Para mi sorpresa si lo estaba. Me subí en él y maneje hasta llegar a casa, pensando en el lugar exacto en donde había puesto u olvidado las llaves del monovolumen.
La sola idea de ver a Bella trasbuscando entre mis cosas haría que me enfadara, si algo me molestaba en sumo grado, era la gente que tocase mis cosas sin mi autorización. Aunque era algo que le perdonaría a Bella sin dudarlo.

Siguiendo el mismo instinto que me había movido a mentir a Jess, telefoneé a Mike con pretexto de desearle suerte en el baile y con Jessica. Cuando él me deseó lo mismo para mi día con Bella, le hablé de la cancelación de planes, parecía más alegre de lo normal por aquello, así que antes de que me enfadara o me pusiera imaginar cosas que no eran decidí despedirme de él sin darle tiempo de continuar la superficial charla.

Charlie estuvo distraído durante la cena, sus pensamientos lo delataban conmigo. Me sentías mal entrometiéndome en la vida de mi padre, pero era algo que no podía evitar…no podía evitar escuchar sus pensamientos.
Intente despejar l mente de Charlie con una pequeña charla.
— ¿Sabes, papá? —comencé, interrumpiendo su meditación.
— ¿Qué pasa, Eddy?
—Creo ya me desanime con la idea del viaje, esperare a otro fin de semana...
—Ah —dijo sorprendido—. De acuerdo. Bueno, ¿quieres que me quede en casa? Le tendré que decir a los muchachos que ya no voy a poder ir.
—No, papá, no cambies de planes por mí. Además tengo muchas cosas que hacer, creo que necesito hojas para hacer un trabajo y estera saliendo y entrando de la casa, es mas ni me veras por aquí, es lo más seguro.
— ¿Estás seguro? Deseo ir de pesca, pero primero está mi hijo…primero es el.
—Totalmente, papá. Además, sabes que no me moleta estar solo, tu ya habías planeado esta salido y no quiero ser el responsable de arruinártela.
Me sonrió.
—Como es que viviste antes conmigo muchacho? Vivir contigo es tan fácil.
—Podría decir lo mismo de ti —contesté dándole un una palmadita en el hombro. Me sentí culpable por mentirle, y estuve a punto de decirle la verdad. A punto. Pero lo mejor era que n lo hiciera, ¿qué pasaría si no regresara?, ¿qué pasaría si Alice se estuviera equivocando?…Charlie sufriría y yo no quería eso.

Después de la cena, subí a la azotea y al abrir la puerta que daba a aquella vieja habitación visibé mi piano, me senté en el banquillo y empecé a acariciar sus teclas amarillentas y desee que Bella estuviera allí. Comencé a tocar aquella melodía que había compuesto pensando en ella.
Mi mente fluctuaba entre una ilusión tan intensa que se acercaba al dolor y un miedo insidioso que minaba mi resolución. Pensé en Charlie, pensé en mi madre, en mi abuela, en mis amigos Steve y Nicholas, en todas aquellas personas que me extrañarían.
Tuve que seguir recordándome que ya había elegido y que no había vuelta atrás. Sólo podía aferrarme a la confianza de que al fin ese deseo prevaleciera sobre los demás. ¿Qué otra alternativa tenía? ¿Apartarla de mi vida? Jamás.

Una vocecita preocupada en el fondo de mi mente se preguntaba cuánto dolería en el caso de que las cosas terminaran mal. Pero aquel dolor seria nada comparado con la perdida de Bella.
Me sentí aliviado cuando se hizo lo bastante tarde para acostarme. Fui directamente hacia mi habitación, me quité la estorbosa ropa de invierno y me puse los viejos shorts que me ponía en el los calurosos veranos de Phoenix, fui directamente hacia el cuarto de baño y me cepille los dientes, me moje el rostro con la intención de olvidar todas aquéllas estúpidas preocupaciones de mi mente.
Me dirigí nuevamente hacia mi habitación y busque entre en ropero algo decente que ponerme para la cita, escogí una camiseta azul y una chaqueta negra, sin olvidar los jeans negros. Eso era lo más decente que había traído de Phoenix.

Una vez que lo tuve todo listo para el día siguiente, me tendí al fin en la cama. Estaba agitado, sin poder parar de dar vueltas sobre la ahora alborotada cama. Me levanté y revolví la caja con los CD hasta encontrar una recopilación de los nocturnos de Chopin. Lo puse a un volumen muy bajo y volví a tumbarme, concentrándome en ir relajando cada parte de mi cuerpo. En algún momento de ese ejercicio, y, por suerte, me quedé completamente dormido.

Me desperté a primera hora después de haber dormido muy bien y sin pesadillas. Aun así, salté de la cama con el mismo frenesí de la noche anterior. Me vestí rápidamente, me puse los jeans, y me abroche la camisa azul. Con disimulo, eché un rápido vistazo por la ventana para verificar que Charlie se había marchado ya. Una fina y algodonosa capa de nubes cubría el cielo, pero no parecía que fuera a durar mucho. Desayuné sin saborear lo que comía y me apresuré a fregar los platos en cuanto hube terminado. Volví a echar un vistazo por la ventana, pero no se había producido cambio alguno. Apenas había terminado de cepillarme los dientes y me disponía a bajar las escaleras cuando una sigilosa llamada de nudillos provoco que mi corazón latiera desbocado.
Fui corriendo hacia la entrada. Tuve un pequeño problema con el pestillo, pero al fin conseguí abrir la puerta de un tirón y allí estaba él. Se desvaneció toda la agitación y recuperé la calma en cuanto vi su hermoso rostro.
Al principio no estaba sonriente, sino sombría, pero su expresión se alegró en cuanto se fijó en mí, y se rió entre dientes.
—Muy buenos días.
— ¿Qué ocurre? ¿Por qué me miras así?
Eché un vistazo hacia abajo para asegurarme de que no me había olvidado de ponerme nada importante, como los zapatos o los pantalones.
—Vamos a juego.
Se volvió a reír. Me di cuenta de que él llevaba un suéter ligero del mismo color que el mío, una blusa con bordados color azul turquesa, y unos jeans negros. Me uní a sus risas.
Cerré la puerta al salir mientras ella se dirigía al monovolumen. Aguardó junto a la puerta del copiloto con una expresión resignada y perfectamente comprensible.
—Un trato es un trato—le recordé con aire de suficiencia mientras le abría la puerta a ella primero y luego por el otro lado subí al asiento del conductor.
— ¿Adónde? —le pregunté.
—Ponte el cinturón... Ya estoy nerviosa. Sabes que quizás muera…
Le dirigí una mirada envenenada mientras le obedecía.
— ¿Adónde? —repetí suspirando. Le iba a demostrar que yo si conducía bien, pero no es que el monovolumen me ayudara mucho.
—Toma la 101 hacia el norte —ordenó.
Era sorprendentemente difícil concentrarse en la carretera al mismo tiempo que sentía sus ojos clavados en mi rostro.
Lo compensé conduciendo con más cuidado del habitual mientras cruzaba las calles del pueblo, aún dormido.
— ¿Tienes intención de salir de Forks antes del anochecer?
—Un poco de respeto —le recriminé—, este trasto tiene los suficientes años para ser el abuelo de tu coche.
A pesar de su comentario recriminatorio, pronto atisbamos los límites del pueblo. Una maleza espesa y una ringlera de troncos verdes reemplazaron las casas y el césped.
—Gira a la derecha para tomar la 101 —me indicó cuando estaba a punto de preguntárselo. Obedecía en silencio.
—Ahora, avanzaremos hasta que se acabe el asfalto.
— ¿Qué hay allí, donde se acaba el asfalto?
—Una senda.
— ¿Vamos de caminata? —pregunté. Gracias a Dios, me había puesto las zapatillas de tenis.
— ¿Supone algún problema?
Lo dijo como si esperara que fuera así.
—No, porque habría de haberlo. Me encantaba salir a dar paseos nocturnos bajo la luz d la luna y de las estrellas, en Phoenix el clima era genial para eso.
—No te preocupes, sólo son unos ocho kilómetros y no iremos deprisa.
—Suena perfecto.
Avanzamos en silencio durante un buen rato. Mis pensamientos iban en diferentes direcciones.
— ¿En qué piensas? —preguntó con impaciencia.
—Ah, en que creo que eh olvidado algo en casa —le mentí.
—Ah.
Luego, ambos nos pusimos a mirar por las ventanillas a las nubes, que comenzaban a diluirse en el firmamento.
—Charlie dijo que hoy haría buen tiempo.
— ¿Le dijiste que venias conmigo? ¿no?
—Nop.
—Pero Newton cree que vamos a Seattle juntos... —la idea parecía de su agrado entonces esbozo una sonrisa—. — ¿No?
—No, le dije que habías cancelado el viaje.
— ¿Nadie sabe qué estás conmigo? —dijo, ahora con enfado.
—Eso depende... ¿Alice lo sabe? O me equivoco.
—Eso es de mucha ayuda, Edward —dijo sarcásticamente
Fingí no oírla, pero volvió a la carga y preguntó:
— ¿Te deprime tanto Forks que estas preparando tu muerte?
—Tú dijiste que no deberían vernos mucho en público —le recordé.
—Sé lo que dije…no soy tonta—El tono de su voz era de enfado y amargo sarcasmo—. Estas pensando en “no regresar con vida”. ¿Es en eso? ¿No?
—No, ahora si pareces tonta— dije sin apartar la vista de la carretera.
Nos mantuvimos en silencio el resto del trayecto en el coche.
Hasta un ciego se hubiera dado cuenta de la furia de Bella, fuera por lo que fuera que se le estuviera maquinando en su tonta cabezota. A veces el estar al lado de Bella, con tanta quietud mental, me frustraba.
Desea escuchar aunque sea por unos segundos que era lo que ocurría en su cabeza…que estaría pensando en estos segundos, y yo también sabía que ella desearía lo mismo.
Entonces se terminó la carretera, que se redujo hasta convertirse en una senda de menos de medio metro de ancho jalonada de pequeños indicadores de madera. Aparqué sobre el estrecho arcén y salí del auto rápidamente para abrirle la puerta del co-piloto, para cuando me di cuanta ella ya había bajado del auto. Aun seguía enfadada.
Hacía calor, mucho más del que había hecho en Forks desde el día de mi llegada, y a causa de las nubes hacía casi bochorno. Me quité la chaqueta y lo anudé en torno a mi cintura, contento de haberme puesto una camisa liviana y sin mangas.
Le oí suspirar pesadamente y pude comprobar que también ella se había desprendido del suéter. Permanecía cerca del coche, de espaldas a mí, encarándose con el bosque primigenio. Rayos, hubiera jurado que no había nada más hermoso que Bella, con aquella hermosa y tentadora blusa azul descotada. El azul resaltaba su blanca piel y la hacía lucir despampanante.
—Por aquí —indicó, girando la cabeza y con expresión aún molesta. Comenzó a adentrarse en el sombrío bosque.
— Bueno.
Empecé a caminar y Bella se me quedo mirando un buen rato. Y empezó o más bien trato de caminar bien; se tropezaba hasta con sus propios pies.
—Lo siento soy una pésima senderista, pero si soy buena guía. Dijo mirándome a los ojos mientras caminaba; mala idea.
— ¡Bella, cuidado que te caes! —grite con desesperación, cuando vi que se tropezaría con una roca que era más que obvia.
Ella me miro confundida y entonces yo corrí para detener su caída y lo hice, pero rayos, Bella sí que era pesada.
—Te tengo. Le dije jadeando por lo rápido que había corrido.
—Gracias—dijo ella mirándome a los ojos asustada. Fue exactamente ahí cuando me di cuenta de lo cerca que estaban nuestros rostros.
Ella se soltó de mi agarre lentamente y se acomodo los cabellos y volteo a verme nuevamente. Pude haber jurado que la vi sonrojarse cuando poso sus ojos en mi pecho. Me resulto extraño, entonces baje la mirada hacia donde apuntaban sus ojos..
Me di cuenta de otra cosa.
Llevaba desabotonada la camiseta azul sin mangas, me ruboricé instantáneamente. Y me dispuse a abotonar mi camisa. Dios solo deseaba que me tragara la tierra.
Desconcertado por mi expresión, Bella me miró fijamente.
—No te preocupes, casi no vi nada. Dijo mientras volvía a caminar esta vez con la vista en el suelo.
Yo la seguí aun con las mejillas ardiéndome de la vergüenza. ¿Cómo rayos había olvidado abotonarme aquellos botones?
Bella volteo a verme.
— ¿Quieres volver a casa? —dijo con un hilo de voz. Su voz sonó triste.
Me adelanté hasta donde estaba ella y decidí que lo mejor era dejar el pasado atrás, luego en casa podría lamentarme sobre lo sucedido. Sonreí ante mi conclusión.
— ¿Qué va mal? —preguntó con amabilidad.
—Nada—le expliqué—. Solo que eres pésima senderista.
—Vaya, pensé que no lo habías notado. Dijo ella sarcásticamente.
Me sonrió y sostuvo mi mirada. Pude distinguir que en la de ella no había nada más que la viva preocupación.
—Volveremos, lo juro —prometió.
—Ya basta de tanta platica, se supone que debemos recorrer un largo camino ¿no?, ¿que estamos esperando? —le repliqué con una bien fingida irritación.
Torció el gesto mientras se esforzaba por comprender mi tono y la expresión de mis facciones. Después de unos momentos, se rindió y encabezó la marcha hacia el bosque.
El trayecto resulto lo mas excitante que había hecho hasta ahora en Forks, luego de mi paseo a la playa; el paisaje era espectacular los pinos verdes, los helechos colgantes, las rocas cubiertas de musgo. El verde no era tan malo después de todo. Bella estaba haciendo realmente un esfuerzo enorme por no tropezar con la vegetación del lugar.
Recorrimos en silencio la mayor parte del trayecto.
De vez en cuando, Bella formulaba una pregunta al azar, una de las que no me había hecho en los dos días anteriores de interrogatorio. ¿En realidad sobraban más preguntas?
Me interrogó sobre mis cumpleaños, los profesores en la escuela primaria y las mascotas de mi infancia... no era bueno con las mascotas, esa era la verdad. Rompió a reír al oírlo con más fuerza de lo que me tenía acostumbrado... De los bosques desiertos se levantó un eco similar al tañido de las campanas.
La caminata nos llevó la mayor parte de la mañana, Dios sabe que yo no era un ser con mucha paciencia, pero en fin…el amor nos hace pacientes. El bosque se extendía a nuestro alrededor en un interminable laberinto de viejos árboles, y la idea de que no encontráramos la salida comenzó a ponerme nervioso. Bella se encontraba casi igual de incomoda. Pero eso sí, sabía perfectamente qué dirección tomar.
Después de varias horas, la luz pasó de un tenebroso tono oliváceo a otro jade más brillante al filtrarse a través del dosel de ramas. El día se había vuelto soleado, tal y como ella había predicho.
— ¿Aún no hemos llegado? —dije fingiendo impaciencia.
—Ya casi—sonrió ante el cambio de mi estado de ánimo—. ¿Ves ese resplandor de ahí delante?
—Humm —miré atentamente a través del denso verdor del bosque—. ¿se supone que debería ver algo?
Esbozó una sonrisa burlona y se mordió el labio inferior.
—Puede que sea un poco pronto para tus ojos.
—Necesito un oculista—murmuré riéndome por lo bajo.
Su sonrisa burlona se hizo más fuerte aun.
Pero entonces, después de recorrer otros cien metros, pude ver sin ningún género de duda una luminosidad en los árboles que se hallaban delante de mí, un brillo que era amarillo en lugar de verde. Era realmente hermoso, “deslumbrante” como diría Bella.
Me apresure a llegar hacia la luz. Bella me dejó que yo fuera delante y me siguió en silencio.
Alcancé el borde de aquel remanso de luz y atravesé la última franja de helecho para entrar en el lugar más maravilloso que había visto en mi vida. Y eso que había visto muchas cosas hermosas.
La pradera era un remanso de paz, florecillas silvestres multicolores llenaban de vida el lugar, la brisa del aire le daba un toque cálido, era como si pudieras saborear el exquisito aromar del lugar con la lengua.
Lo verde y gris había quedado atrás, allí solo había paz, tranquilidad. Pude oír claramente el murmullo del agua; seguramente en algún lugar cercano encontraría un riachuelo.
Me di media vuelta para compartir con ella todo aquello, pero Bella no estaba detrás de mí, como creía.
Giré a mí alrededor en su busca, ella me hacía falta. Finalmente, la localicé, inmóvil debajo de la densa sombra del dosel de ramas, en el mismo borde del claro, mientras me miraba con ojos cautelosos.
Sólo entonces recordé lo que la belleza del prado me había hecho olvidar: el enigma de Bella y el sol.
Di un paso hacia ella, con los ojos relucientes de curiosidad. Los suyos en cambio se mostraban recelosos. Le sonreí para infundirle valor y continúe acercándome cada vez más. Ella me hizo señas para que me detuviera y así lo hice.
Bella pareció inspirar hondo y entonces salió al brillante resplandor del mediodía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario