viernes, 31 de julio de 2009

Capitulo #6 "Cuentos de Miedo"

Capitulo #6

“Cuentos de Miedo”

*La mayoria de este capitulo contiene textos originales de la version de Stephanie Meyer.


En cuanto llegue a mi habitación desee poder concentrarme en todas las tareas que tenía pendientes, lástima que no pude hacerlo no siquiera un poquito. Ya sabía cuál era la única manera de alejarme del recuerdo de Bella…mi piano.

Subí al ático de la casa, y ahí estaba el viejo y especial piano…me senté en su confortable y descolorida silla y con devoción comencé a acariciar sus amarillentas teclas. No había en el mundo nada más reconfortante para mí que el sonido de las notas perfectas y suaves de un piano, más aun si este era mi piano.

No recuerdo hasta que hora toque y toque todas las melodías que sabía, toque y toque, hasta que quede completamente agotado.

Me di cuenta rápidamente de que ya estaba comenzando a oscurecer. Mi coche, pensé.
Rápidamente baje las escaleras y salí al porche de la casa…para mi sorpresa estaba ahí, confundido pensé que lo mejor no era averiguar en qué momento Alice había traído mi monovolumen.

Al otro día no esperaba el viernes con especial interés, sólo consistía en reanudar mi vida sin expectativas. Hubo unos pocos comentarios, por supuesto. Mike parecía tener un interés especial por comentar el tema me pregunte del porque de eso. Pero, por fortuna, Jessica había mantenido el pico cerrado y nadie parecía saber sobre mi fuga del colegio.
No obstante, Mike me formuló un montón de preguntas acerca de mi almuerzo con Bella y en clase de Trigonometría me dijo:
— ¿Qué quería ayer Isabella Cullen?
—Bella—le corregí—En realidad no lo sé —respondí con sinceridad—. En contexto, no fue al grano. Es mas casi no entendí lo que me decía.
—Parecías como divertido con ella —comentó a ver si me sonsacaba algo.
— ¿Sí? — mantuve el rostro indiferente.
—Ya sabes, nunca antes le había visto sentarse con nadie que no fuera su familia. Era extraño.
—Aja—fue lo único que le dije mientras terminaba uno de los ejercicios que el profesor planteo en el pizarrón.

Parecía asombrado. Supuse que esperaba escuchar cualquier cosa que le pareciera una buena historia que contar. Mike parecía una mujer…no en el sentido físico sino en lo chismoso… ¿Bella seria chismosa?
Lo peor del viernes fue que, a pesar de saber que ella no iba a estar presente, aún albergaba esperanzas.

Cuando entré en la cafetería en compañía de Jessica y Mike, no pude evitar mirar la mesa en la que Rosalie, Emmett y Jasper se sentaban a hablar con las cabezas juntas. No pude contener la tristeza que me abrumó al comprender que no sabía cuánto tiempo tendría que esperar antes de volverla a ver. Oh, Bella— pensé para mis adentros.

En mi mesa de siempre no hacían más que hablar de los planes para el día siguiente. Me di cuenta de que en esta ocasión había más personas que de costumbre.
Mike volvía a estar animado por el paseo, depositaba mucha fe en el hombre del tiempo, que pronosticaba sol para el sábado. Tenía que verlo para creerlo, pero hoy hacía más calor, casi doce grados, un tremendo lujo aquí en Forks. Puede que la excursión no fuera del todo espantosa y puede que tal vez no me la pasara tan mal con ellos.
Intercepté unas cuantas miradas poco amistosas por parte de Ben Cheney durante el almuerzo, hecho que no comprendí hasta que salimos del comedor. Estaba justo detrás de él, y no se dio cuenta, desde luego, cuando oí que le murmuraba a Mike y a Jessica:
—No sé por qué Edward —dijo él con desprecio al pronunciar mi nombre— no se sienta con los Cullen o más bien con Isabella Cullen de ahora en adelante.
Hasta ese momento no me había percatado de la voz tan nasal y ruidosa que tenía, y me sorprendió la malicia que destilaba. En realidad, no lo conocía muy bien; sin duda, no lo suficiente para que me detestara..., o eso había pensado.
—Es mi amigo, se sienta con nosotros hasta que él quiera. No solo porque estés interesando en Angela y ella no haga ningún caso, tienes el derecho de sacar a Edward de nuestro grupo. —le replicó en susurros Jessica, con mucha lealtad, pero también de forma un poquito posesiva. Me detuve, ¿había oído lo que había oído? No quería oír nada más…Malditas voces, cada día estaba más loco.

Durante la cena de aquella noche, Charlie parecía entusiasmado por mi viaje a La Push del día siguiente. Sospecho que se sentía culpable por dejarme solo en casa los fines de semana, pero había pasado demasiados años forjando unos hábitos para romperlos ahora. Conocía los nombres de todos los chicos y chicas que iban, por supuesto, y los de sus padres y, probablemente, también los de sus tatarabuelos. Ja, ja, ja. Parecía aprobar la excursión.
— Char…Papá —pregunté como por casualidad—, ¿conoces un lugar llamado Goat Rocks, o algo parecido? Creo que está al sur del monte Rainier.
—Sí... ¿Por qué?
Me encogí de hombros.
—Algunos chicos del instituto comentaron la posibilidad de acampar allí.
—No es buen lugar para acampar —parecía sorprendido—. Hay demasiados osos. La mayoría de la gente acude allí durante la temporada de caza.
—Oh —murmuré—, tal vez haya entendido mal el nombre. —dentro de mi sentí un escalofrió…si tal vez hubiera sido eso…tal vez entendí mal el nombre del lugar.
Pretendía dormir hasta tarde, pero un insólito brillo me despertó. Abrí los ojos y vi entrar a chorros por la ventana una límpida luz amarilla. No me lo podía creer. Me apresuré a ir a la ventana para comprobarlo, y efectivamente, allí estaba el sol. Ocupaba un lugar equivocado en el cielo, demasiado bajo, y no parecía tan cercano como de costumbre, pero era el sol, sin duda...no sería el exótico sol de Arizona, pero bueno sol es sol. Las nubes se congregaban en el horizonte, pero en el medio del cielo se veía una gran área azul. Me dirigí al cuarto de baño, me cepille los dientes y me metí a la regadera el agua caliente hizo que todos mis agarrotados músculos se relajaran. Salí de la ducha y me sequé con la toalla, fui a mi cuarto y comencé a ponerme lo primero que encontré por ahí. Me enfunde unos jeans negros y una casaca de cuello en V color azul, unos zapatos de lona negros y al final una cazadora negra…me mire en el espejo…vaya, lucia bien después de todo.
La tienda de artículos deportivos olímpicos de Newton se situaba al extremo norte del pueblo. La había visto con anterioridad, pero nunca me había detenido allí al no necesitar ningún artículo para estar al aire libre durante mucho tiempo.
En el aparcamiento reconocí el Suburban de Mike y el Sentra de Tyler. Vi al grupo alrededor de la parte delantera del Suburban mientras aparcaba junto a ambos vehículos. Eric estaba allí en compañía de dos chicas con los que compartía clases; estaba casi seguro de que se llamaban Martha y Anna. Jess también estaba, flanqueada por Angela y Lauren, una chica que según Angela ahora estaba interesada en Tyler, ya que yo no demostraba interés alguno en ella. Las acompañaban otras tres chicas, incluyendo una a la que recordaba haberle ayudado con sus libros la anterior semana. Esta me dirigió una mirada coqueta cuando bajé del coche, y le susurró algo a Lauren, que se sacudió su rubia cabellera y se empezaron a reír. Tal vez no estaba tan bien vestido como pensaba.
De modo que aquél iba a ser uno de esos días.
Al menos Jessica se alegraba de verme.
— ¡Has venido! —Gritó encantada—dijo ella corriendo a mi encuentro ante la atenta mirada de Mike.
—Te dije que iba a venir —le recordé.
—Sólo nos queda esperar a Lee y a Samantha, a menos que tú hayas invitado a alguien —agregó y miro hacia abajo avergonzada.
—No —dije con desenvoltura. Yo sabía que a ellos no les caía bien Bella y jamás la traería aquí para que ella pasase un mal momento…seguro y fue algo tonto de mi parte. Pero dentro de mí, mi ser entero rogaba que ella viniera y me rescatara, aunque sea para hacerme enojar.
Jessica pareció satisfecho.
— ¿Montarás en el coche de Mike? Es eso o la minifurgoneta de la madre de Lee.
—Claro ¿y tú? —pregunté para ser cortes con ella. —Vendrás conmigo ¿no?
Sonrió gozosa. ¡Qué fácil era hacer feliz a Jessica! Bastaba solo una palabra.
—Podrás sentarte junto a mí —me prometió. Oculté mi mortificación. No resultaba tan sencillo hacer felices a Jessica y a Mike al mismo tiempo. Ya lo veía mirándonos hosco y molesto.
No obstante, el número jugaba a mi favor. Lee trajo a otras dos personas más y de repente se necesitaron todos los asientos. Me las arreglé para situar a Jessica en el asiento delantero del Suburban, mientras yo me sentaba en la parte trasera junto a Lauren y su amiga. Jessica podía haberse comportado con más elegancia y no tan insolente con él, pero al menos Mike parecía aplacado.
Entre La Push y Forks había menos de veinticinco kilómetros de densos y vistosos bosques verdes que bordeaban la carretera. Debajo de los mismos serpenteaba el caudaloso río Quillayute. Me alegré de tener el asiento de la ventanilla del costado. Giré la manivela para bajar el cristal —el Suburban resultaba un poco claustrofóbico con nueve personas dentro— e intenté absorber tanta luz solar como me fue posible. Lauren y su amiga me molestaban demasiado, sus tontas charlas patéticas estaban llenas de falsedad. Cada vez que estaba cerca de ellas sentía unas ruidosas vocecillas en mi cabeza…claro que no era algo que se pudiera entender...Eran como abejas zumbando cerca de mi oído.
Había visto las playas que rodeaban La Push muchas veces durante mis vacaciones en Forks con Charlie, por lo que ya me había familiarizado con la playa en forma de media luna de más de kilómetro y medio de First Beach.
Seguía siendo impresionante. El agua de un color gris oscuro, incluso cuando la bañaba la luz del sol, aparecería coronada de espuma blanca mientras se mecía pesadamente hacia la rocosa orilla gris.
Las paredes de los escarpados acantilados de las islas se alzaban sobre las aguas del espolón metálico. Estos alcanzaban alturas desiguales y estaban coronados por austeros pinos que se elevaban hacia el cielo.
La playa sólo tenía una estrecha franja de auténtica arena al borde del agua, detrás de la cual se acumulaban miles y miles de rocas grandes y lisas que, a lo lejos, parecían de un gris uniforme, pero de cerca tenían todos los matices posibles de una piedra: terracota, verdemar, lavanda, celeste grisáceo, dorado mate.
La marca que dejaba la marea en la playa estaba sembrada de árboles de color ahuesado arrojados a la costa por las olas.
Una fuerte brisa soplaba desde el mar, frío y salado. Los pelícanos flotaban sobre las ondulaciones de la marea mientras las gaviotas y un águila solitaria las sobrevolaban en círculos. Las nubes seguían trazando un círculo en el firmamento, amenazando con invadirlo de un momento a otro, pero, por ahora, el sol seguía brillando espléndido con su halo luminoso en el azul del cielo.
Elegimos un camino para bajar a la playa. Mike nos condujo hacia un círculo de lefios arrojados a la playa por la marea. Era obvio que los habían utilizado antes para acampadas como la nuestra. En el lugar ya se veía el redondel de una fogata cubierto con cenizas negras. Eric y Ben recogieron ramas rotas de los montones más secos que se apilaban al borde del bosque, y pronto tuvimos una fogata con forma de tipi encima de los viejos rescoldos. Mire mi piel, pálida como siempre…ojala y el sol me ayude con esto, pensé.
— ¿Has visto alguna vez una fogata de madera varada en la playa? —me preguntó Jessica melosamente acercándose a mí. Al ver mi reacción ella rápidamente se alejó.
Me sentaba en un banco de color blanquecino. En el otro extremo se congregaban las demás chicas, que chismorreaban animadamente. Jessica se arrodilló pesarosa junto a la hoguera y encendió una rama pequeña con un mechero.
—No —reconocí finalmente mientras ella lanzaba con precaución o más bien dicho con miedo la rama en llamas contra el tipi.
—Entonces, te va a gustar... Observa los colores.
Prendió otra ramita y la depositó junto a la primera. Las llamas comenzaron a lamer con rapidez la lefia seca.
— ¡Es azul! —exclamé sorprendido. Eso en verdad era sorprendente.
—Es a causa de la sal. ¿Precioso, verdad? No tan hermosos como tú, pero bueno.
-Ahhh-carraspee-Si se que es por la sal...
Encendió otra más y la colocó allí donde el fuego no había prendido y luego vino a sentarse a mi lado. Por fortuna, Mike estaba junto a ella, al otro lado. Se volvió hacia Jessica y reclamó su atención. Contemplé las fascinantes llamas verdes y azules que chisporroteaban hacia el cielo. Como hubiera deseado compartir este momento con Bella.
Después de media hora de charla, algunos chicos quisieron dar una caminata hasta las lagunas cercanas. Por una parte, me encantan las pozas que se forman durante la bajamar. Me han fascinado desde pequeño; era una de las pocas cosas que me hacían ilusión cuando debía venir a Forks, pero, por otra, Jessica se me acercaba mas encimosamente hacia mi…y eso provocaba la ira de Mike, yo no quería pleitos ni nada por el estilo así que me decidí alejar del grupo, por el bien de todos.
La caminata no fue demasiado larga, aunque me fastidiaba perder de vista el cielo al entrar en el bosque. Seguí caminando solo, al parecer nadie, según yo, le importaba esto.
Al final me adentré en los confines esmeraldas de la foresta y encontré de nuevo la rocosa orilla. Había bajado la marea y un río fluía a nuestro lado de camino hacia el mar. A lo largo de sus orillas sembradas de guijarros había pozas poco profundas que jamás se secaban del todo. Eran una abundancia de vida allí dentro.
Tuve buen cuidado de no inclinarme demasiado sobre aquellas lagunas naturales. Si me caía Mike esa capaz de dejarme morir allí. Los otros fueron más intrépidos, brincaron sobre las rocas y se encaramaron a los bordes de forma precaria. Localicé una piedra de apariencia bastante estable en los aledaños de una de las lagunas más grandes y me senté con cautela, fascinado por el acuario natural que había a mis pies. Ramilletes de brillantes anémonas se ondulaban sin cesar al compás de la corriente invisible. Conchas en espiral rodaban sobre los repliegues en cuyo interior se ocultaban los cangrejos. Una estrella de mar inmóvil se aferraba a las rocas, mientras una rezagada anguila pequeña de estrías blancas zigzagueaba entre los relucientes juncos verdes a la espera de la pleamar.
Me quedé completamente abstraído a excepción de una pequeña parte de mi mente, que se preguntaba qué estaría haciendo ahora Bella e intentaba imaginar lo que diría de estar aquí conmigo. Seguro se burlaría de mi…seguro yo me burlaría de ella. Reí ante aquella divagación. Jesica me miro de soslayo y me dedico una de sus mejores sonrisas.
Finalmente, los muchachos sintieron apetito y me levanté con rigidez para seguirlos de vuelta a la playa. En esta ocasión intenté no seguirles el ritmo a través del bosque me gustaba demasiado estar solo y en comunión directa con mis pensamientos. No estuve preocupado en caerme o resbalar ya que era consciente de que la vida y la suerte me dieron un sentido del equilibrio casi perfecto, en ese instante recordé a Bella y las dos caídas que había tenido en mi presencia…bueno con algunos la suerte no es tan favorable, pensé y sonreí para mis adentros.
Cuando regresamos a First Beach, el grupo que habíamos dejado se había multiplicado. Al acercarnos pude ver el lacio y reluciente pelo negro y la piel cobriza de los recién llegados, unos adolescentes de la reserva que habían acudido para hacer un poco de vida social…no eran nada intimidantes.
La comida ya había empezado a repartirse, y los chicos se apresuraron para pedir que la compartieran mientras Eric nos presentaba al entrar en el círculo de la fogata. Angela y yo fuimos los últimos en llegar y me di cuenta de que una joven mujer de los recién llegados, sentada sobre las piedras cerca del fuego, alzó la vista para mirarme con interés cuando Eric pronunció nuestros nombres.

Me senté junto a Angela, y Mike nos trajo unos sándwiches y una selección de refrescos para que eligiéramos mientras el chico que tenía aspecto de ser el mayor de los visitantes pronunciaba los nombres de los otros siete jóvenes que lo acompañaban. Todo lo que pude comprender es que una de las chicas también se llamaba Jessica y que la muchacha cuya atención había despertado respondía al nombre de Leah, aquel nombre se me hacia demasiado familiar, aunque no me puse a pensar mucho en aquello.

Resultaba relajante sentarse con Angela, era una de esas personas sosegadas que no sentían la necesidad de llenar todos los silencios con cotorreos. Me dejó cavilar tranquilamente sin molestarme mientras comíamos. Pensaba de qué forma tan deshilvanada transcurría el tiempo en Forks; a veces pasaba como en una nebulosa, con unas imágenes únicas que sobresalían con mayor claridad que el resto, mientras que en otras ocasiones cada segundo era relevante y se grababa en mi mente. Sabía con exactitud qué causaba la diferencia y eso me perturbaba.
Las nubes comenzaron a avanzar durante el almuerzo. Se deslizaban por el cielo azul y ocultaban de forma fugaz y momentánea el sol, proyectando sombras alargadas sobre la playa y oscureciendo las olas. Los chicos comenzaron a alejarse en duetos y tríos cuando terminaron de comer. Algunos descendieron hasta el borde del mar para jugar a la cabrilla lanzando piedras sobre la superficie agitada del mismo. Otros se congregaron para efectuar una segunda expedición a las pozas. Jessica, con Mike convertido en su sombra, encabezó otra a la tienda de la aldea. Algunos de los nativos los acompañaron y otros se fueron a pasear. Para cuando se hubieron dispersado todos, me había quedado sentada solo sobre un leño, con Ben, Lauren y Tyler muy ocupados con un reproductor de CD que alguien había tenido la ocurrencia de traer, y tres adolescentes de la reserva situados alrededor del fuego, incluyendo a la muchacha llamada Leah y al más adulto, el que había actuado de portavoz.

A los pocos minutos, Angela se fue con los paseantes y Leah acudió andando despacio para sentarse en el sitio libre que aquélla había dejado a mi lado. A juzgar por su aspecto debería tener entre dieciséis o, tal vez diecisiete años. Llevaba el brillante pelo largo trenzado. Tenía una preciosa piel sedosa de color rojizo y ojos oscuros sobre los pómulos pronunciados y ni que decir de su cuerpo, era perfecto, era esbelta, pero lo que más me llamo la atención en ella fue su rostro era hermoso y demasiado familiar.
En suma, tenía un rostro muy bonito, era precioso en verdad... Sin embargo, sus primeras palabras estropearon aquella impresión positiva.
—Eres Eddie, ¿verdad?
Aquello fue como un puñetazo en el estomago.
—Edward, solo Edward…odio que me digan Eddie —dije con un suspiro.
—No se si te acuerdas de mi pero me llamo Leah, Leah Clearwater —me tendió la mano con gesto amistoso—. Tú compraste el coche del papá d mi amigo Jacob.
—Oh—dije mientras le estrechaba la suave mano, era cálida—. El es el hijo de Billy. Me acuerdo demasiado bien de él. —recordé la actitud fría y déspota de Jacob.—Lo siento no me acuerdo de ti, alguna vez te vi o algo parecido—dije avergonzado pues olvidarme de las cosas no era una característica mía.
—Si? pues, jugábamos juntos…bueno a veces, eras muy aburrido según recuerdo—dijo ella entre risas. Tenía una sonrisa de infarto, eran como campanillas.
—Ah, ya lo recuerdo—le dije haciendo memoria—Tu eres la hija de Harry Clearwater.
—Eso es correcto—afirmo ella.
—Lo siento, no sabía que era aburrido de niño—recalque…no lo era, era un niño bastante feliz, aunque claro siempre procuraba estar de mal humor cuando visitaba a Charlie.

—Sí que lo eras, bueno... yo no era la más alegre del grupo…recuerdas cuando nuestros padres nos dejaban jugando para que no los molestáramos con la pesca, mi madre, nos cuidaba.

Ahora lo recordaba Charlie, Harry y Billy nos habían abandonado muchas veces mientras pescaban. Todos éramos demasiado tímidos para hacer muchos progresos como amigos. Por supuesto, había montado las suficientes rabietas para terminar con las excursiones de pesca cuando tuve once años. Claro, que también me acababa de acordar de Jacob.

— ¿Lo recuerdas? —pregunto ella animadamente.
—Sí, y también me acuerdo de Jacob, solo que lo recuerdo como alguien feliz y alegre…ahora es algo malhumorado ¿no?
—Pues si…es que él ha sufrido mucho—dijo ella ahora con la cabeza gacha.
— ¿Ha venido? —inquirí mientras examinaba nuestros alrededores en busca de Jacob.
—No —Leah negó con la cabeza—Jacob trabaja en un taller, como ya sabrás…y además no le gusta socializar…es casi igual a mí.
—Lo iré a visitar algún día de estos—dije mintiendo, es que Jacob me dejo una mala impresión y ahora me caía muy mal.
— ¿Qué tal te funciona el monovolumen? —preguntó ella cambiando de tema.
—Me encanta, y va muy bien.
—Sí, pero es muy lento —se rió—. Yo le ayude a Jacob a repararlo…Respiré aliviada cuando Charlie lo compró.
—No es tan lento —objeté.
— ¿Has intentado pasar de sesenta? —pregunto ella curiosa mirándome fijamente, directo hacia los ojos.
—No. —dije yo mientras agachaba la cabeza…odiaba que me miran directamente a los ojos.
—Bien. No lo hagas, te lo aconsejo.
Esbozó una amplia sonrisa y no pude evitar devolvérsela.
—Eso lo mejora en caso de accidente —alegué en defensa de mi automóvil.
—Dudo que un tanque pudiera con ese viejo dinosaurio —admitió entre risas.
—Así que ayudas a Jacob a repara coches —comenté, impresionada.
—Cuando dispongo de tiempo libre. ¿No sabrás por un casual dónde puedo adquirir un cilindro maestro para un Volkswagen Rabbit del ochenta y seis? Jacob y yo lo hemos estado buscando por mucho tiempo pero nada…—añadió jocosamente. Tenía una voz amable.
—Lo siento —me eché a reír—. No he visto ninguno últimamente, pero estaré a ojo avizor.
-Woow, vaya sabes de coches-rió de nuevo.

Amaba los autos y yo entendía muy bien la jerga Car and Driver. Era muy fácil conversar con ella. Exhibió una sonrisa radiante y me contempló en señal de apreciación, de una forma que había aprendido a reconocer. No fui la única que se dio cuenta.
— ¿Conoces a Edward, Leah? —preguntó Ben desde el otro lado del fuego con un tono que yo imaginé como insolente.
—En cierto modo, hemos sabido el uno del otro desde que nací —contestó entre risas, y volvió a sonreírme. La verdad es que Leah me estaba cayendo mejor cada segundo que pasaba.
— ¡Qué bien! —dijo entre una falsa sonrisa hipócrita.Que diría Isabella, si viera a su nuevo juguete con otra…

Aquella vocecilla me irrito en sobremanera y desee agárrame a trompadas con Ben, pero no era el momento ni el lugar para hacerlo. Pero pobre de él que se atreviera a hablar de Bella de nuevo.
—Edward —me llamó de nuevo mientras estudiaba con atención mi rostro—, le estaba diciendo a Tyler que es una pena que ninguno de los Cullen haya venido hoy. ¿Nadie se ha acordado de invitarlos?
Su expresión preocupada no era demasiado convincente.
— ¿Te refieres a la familia del doctor Carlisle Cullen? —preguntó el mayor de los chicos de la reserva antes de que yo pudiera responder, para gran irritación de Ben. En realidad, tenía más de hombre que de niño y su voz era muy grave.
—Sí, ¿los conoces? Estudian en el instituto de Forks y su padre trabaja en el hospital. —preguntó con gesto condescendiente, volviéndose en parte hacia él.
—Los Cullen no vienen aquí —respondió en un tono que daba el tema por zanjado e ignorando la pregunta de Ben.
Tyler y Lauren le preguntaron a Ben qué le parecía el CD que sostenía en un intento de recuperar su atención y de evitar problemas. El se distrajo.
Contemplé al desconcertante joven de voz profunda, pero él miraba a lo lejos, hacia el bosque umbrío que teníamos detrás de nosotros.

Había dicho que los Cullen no venían aquí, pero el tono empleado dejaba entrever algo más, que no se les permitía, que lo tenían prohibido. Su actitud me causó una extraña impresión que intenté ignorar sin éxito. Leah interrumpió el hilo de mis cavilaciones.
— ¿Aún te sigue volviendo loco Forks?
—Bueno, yo diría que eso es una ironía —hice una mueca y ella sonrió con comprensión.
Le seguía dando vueltas al breve comentario sobre los Cullen y de repente tuve una inspiración. Era un plan estúpido, pero no se me ocurría nada mejor. Albergaba la esperanza de que la bella e inocente Leah aún fuera inexperta con los chicos, por lo que no vería lo penoso de mis intentos de flirteo. A veces se me daba bien deslumbrar a la gente con sonrisitas y miraditas, solo lo había intentado unas cuantas veces…ojala y esta vez me funcionara.

— ¿Quieres bajar a dar un paseo por la playa conmigo? —le pregunté mientras le dedicaba a Leah una de mis mejores y más prohibidas sonrisas torcidas. No iba a resulta estaba seguro, pero Leah se incorporó de un salto con bastante predisposición.
Las nubes terminaron por cerrar filas en el cielo, oscureciendo las aguas del océano y haciendo descender la temperatura, mientras nos dirigíamos hacia el norte entre rocas de múltiples tonalidades, en dirección al espigón de madera. Metí las manos en los bolsillos de mi cazadora negra.
—De modo que tienes... ¿dieciséis años? —le pregunté al tiempo que intentaba no parecer un idiota cuando me alborote el pelo queriendo parecer sexy. Era ridículo…lo sabía muy bien.
—Acabo de cumplir diecisiete —confesó apenada.
— ¿De verdad? —Mi rostro se llenó de una falsa expresión de sorpresa—. Hubiera jurado que eras menor.
—Soy baja para mi edad —explicó ruborizada.
— ¿Subes mucho a Forks? —pregunté con malicia, simulando esperar un sí por respuesta. Me vi como un completo idiota.
—No demasiado —admitió con gesto de disgusto—, pero podré ir las veces que quiera en cuanto haya terminado el coche, Jacob me dijo que tal vez me lo pueda vender a buen precio...—añadió.
— ¿Quién era ese otro chico con el que hablaba Lauren? Parecía un poco viejo para andar con nosotros —me incluí a propósito entre los más jóvenes en un intento de dejarle claro que le prefería a ella.
—Es Sam y tiene diecinueve años —me informó Leah.
— ¿Qué era lo que decía sobre la familia del doctor? —pregunté con toda inocencia mientras la miraba a los ojos.
— ¿Los Cullen? Bueno…se supone que no se acercan a la reserva.
Desvió la mirada hacia la Isla de James mientras confirmaba lo que creía haber oído de labios de Sam
—Vaya… ¿Por qué no?
Me devolvió la mirada y se mordió el labio.
—Vaya. Esto…se supone que no debo decir nada. —me dijo apenada y con la mirada gacha, al parecer no complacerme la ponía así.
—Oh, no se lo voy a contar a nadie. Sólo siento curiosidad. —dije dándole un leve codazo amistoso.
Probé a esbozar una otra sonrisa torcida tentadora al tiempo que me preguntaba si no me estaba pasando un poco, aunque ella me devolvió la sonrisa y pareció tentada. Luego enarcó una ceja y su voz fue más ronca cuando me preguntó con tono sombrío:
— ¿Te gustan las historias de miedo?
—Me encantan —repliqué con entusiasmo, esforzándome para engatusarla.
Leah paseó hasta un árbol cercano varado en la playa cuyas raíces sobresalían como las patas de una gran araña blancuzca. Se apoyó levemente sobre una de las raíces retorcidas mientras me sentaba a sus pies, apoyándome sobre el tronco. Contempló las rocas. Una sonrisa pendía de las comisuras de sus labios carnosos y supe que iba a intentar hacerlo lo mejor que pudiera. Me esforcé para que se notara en mis ojos el vivo interés que yo sentía. Necesitaba escuchar la verdad.
¿—Conoces alguna de nuestras leyendas ancestrales? —comenzó—. Me refiero a nuestro origen, el de los Quileutes.
—En realidad, no —admití sinceramente.
—Bueno, existen muchas leyendas. Se afirma que algunas se remontan al Diluvio. Supuestamente, los antiguos Quileutes amarraron sus canoas a lo alto de los árboles más grandes de las montañas para sobrevivir, igual que Noé y el arca —me sonrió para demostrarme el poco crédito que daba a esas historias se desató el pelo negro y largo y se lo arreglo en forma de cascada sobre sus hombros—. Otra leyenda afirma que descendemos de los lobos, y que éstos siguen siendo nuestros hermanos. La ley de la tribu prohíbe matarlos.
»Y luego están las historias sobre los fríos.
— ¿Los fríos? —pregunté sin esconder mi curiosidad.
—Sí. Las historias de los fríos son tan antiguas como las de los lobos, y algunas son mucho más recientes. De acuerdo con la leyenda, el propio tatarabuelo de Jacob conoció a algunos de ellos. Fue él quien selló el trato que los mantiene alejados de nuestras tierras.
Entornó los ojos.
— ¿Su tatarabuelo? —le animé.
—Era el jefe de la tribu, como su padre, Billy. Ya sabes, los fríos son los enemigos naturales de los lobos, bueno, no de los lobos en realidad, sino de los lobos que se convierten en hombres, como nuestros ancestros. Tú los llamarías licántropos.
— ¿Tienen enemigos los hombres lobo? eso es nuevo...
—Sólo uno.
La miré con avidez, confiando en hacer pasar mi impaciencia por admiración. Leah prosiguió:
—Ya sabes, los fríos han sido tradicionalmente enemigos nuestros, pero el grupo que llegó a nuestro territorio en la época de él tatarabuelo de Jacob… era diferente. No cazaban como lo hacían los demás y no debían de ser un peligro para la tribu, por lo que mi antepasado llegó a un acuerdo con ellos. No los delataríamos a los rostros pálidos si prometían mantenerse lejos de nuestras tierras.
Me guiñó un ojo. Ahora la que estaba de coqueta era ella.
—Si no eran peligrosos, ¿por qué...? —intenté comprender al tiempo que me esforzaba por ocultarle lo seriamente que me estaba tomando esta historia de fantasmas.
—Siempre existe un riesgo para los humanos que están cerca de los fríos, incluso si son civilizados como ocurría con este clan —instiló un evidente tono de amenaza en su voz de forma deliberada—. Nunca se sabe cuándo van a tener demasiada sed como para soportarla.
— ¿A qué te refieres con eso de «civilizados»?—pregunte y ahora me estaba costando mas fingir.
—Sostienen que no cazan hombres. Supuestamente son capaces de sustituir a los animales como presas en lugar de hombres.
Intenté conferir a mi voz un tono lo más casual posible.
— ¿Y cómo encajan los Cullen en todo esto? ¿Se parecen a los fríos que conoció el tatarabuelo de Jacob?
—No —hizo una pausa dramática—. Son los mismos.
Debió de creer que la expresión de mi rostro estaba provocada por el pánico causado por su historia. Sonrió complacida y continuó:
—Ahora son más, otro macho y una hembra nueva, pero el resto son los mismos. Los mismos…La tribu ya conocía a su líder, Carlisle, en tiempos de él antepasado de Jacob. Iba y venía por estas tierras incluso antes de que llegara tu gente. Tiene consigo a una hembra que es de lo más rara…no es una de ellos, pero tampoco es humana. No se sabe a ciencia cierta la abominación que sea ella.
Reprimió una sonrisa.
— ¿Y qué son? ¿Qué son los fríos? ¿Quién es la abominación de la que me hablas? ¿Cómo es eso de que no es una de ellos y tampoco una de nosotros?
Sonrió sombríamente.
—Bebedores de sangre —replicó con voz estremecedora—. Tu gente los llama vampiros.
Permanecí contemplando el mar encrespado, no muy seguro de lo que reflejaba mi rostro. No podía ser cierto…no tenía que ser cierto

—Se te ha puesto la carne de gallina —rió encantada.
—Eres un estupenda narradora de historias —le felicité sin apartar la vista del oleaje.
—El tema es un poco fantasioso, ¿no? Me pregunto por qué papá no quiere que hablemos con nadie del asunto. Ya sabes según dice que todo esto es cierto…pero yo no me lo creo. No se lo digas a nadie…te lo pido, aun menos no le digas a nadie que yo te lo conté.
Aún no lograba controlar la expresión del rostro lo suficiente como para mirarle.
—No te preocupes. No te voy a delatar.
—Supongo que acabo de violar el tratado —se rió.
—Me llevaré el secreto a la tumba —le prometí, y entonces me estremecí.
—En serio, no le digas nada a Charlie. Se puso hecho una furia con mi padre cuando descubrió que algunos de nosotros no íbamos al hospital desde que el doctor Cullen comenzó a trabajar allí.
—No lo haré, por supuesto que no.
— ¿Qué? ¿Crees que somos un puñado de nativos supersticiosos? —preguntó con voz juguetona, pero con un deje de precaución. Yo aún no había apartado los ojos del mar, por lo que me giré y le sonreí con la mayor normalidad posible.
—No. Creo que eres muy buena contando historias de miedo. Aún tengo los pelos de punta. Creo que esta noche no voy a pegar el ojo.
—Genial.
Sonrió. Entonces el entrechocar de los guijarros nos alertó de que alguien se acercaba. Giramos las cabezas al mismo tiempo para ver a Jessica y a Mike caminando en nuestra dirección a unos cuarenta y cinco metros.

—Ah, estás ahí, Edward —gritó Jessica aliviada mientras se acercaba.
— ¿Esa es tu novia? —preguntó Leah, alertada por los celos de la voz de Jessica. Me sorprendió que resultasen tan obvios los celos de Jess.
—No, definitivamente no —susurré.
Le estaba tremendamente agradecida a Leah y deseosa de hacerla lo más feliz posible. Le guiñé el ojo, girándome de espaldas con cuidado antes de hacerlo. Ella sonrió.
—Cuando tenga el auto —comenzó.
—Tienes que venir a verme a Forks. Podríamos salir alguna vez —me sentí culpable al decir esto, sabiendo que la había utilizado, pero Leah me gustaba de verdad. Era alguien de quien podía ser amigo con facilidad. Por lo menos tendría que llevarla al cine o a cenar uno de estos días.
Jessica llegó a nuestra altura, con Mike aún a pocos pasos detrás. Vi cómo evaluaba a Leah con la mirada y no pareció nada satisfecha es mas su mirada reflejaba los celos a todo ardor.
— ¿Dónde has estado? —me preguntó pese a tener la respuesta delante de él.
—Leah me acaba de contar algunas historias locales —le dije voluntariamente—. Ha sido muy interesante.

Sonreí a Leah con afecto y ella me devolvió la sonrisa.
—Bueno —Jessica hizo una pausa, reevaluando la situación al comprobar nuestra complicidad—su respiración era agitada a causa de la rabia—. Estamos recogiendo. Parece que pronto va a empezar a llover, ven Edward…vámonos. —volvió a decir Jessica posesivamente.
Todos alzamos la mirada al cielo encapotado. Sin duda, estaba a punto de llover.
—De acuerdo —me levanté de un salto—, voy.
—Ha sido un placer volver a verte —dijo Leah, burlándose un poco de Jessica.
—La verdad es que sí. La próxima vez que Charlie baje a ver a Billy o a Harry, yo también vendré —prometí.
Su sonrisa se ensanchó.
—Eso sería estupendo.
—Y gracias —añadí de corazón. —Espero que salgamos algún día.
—Eso dalo por hecho—dijo ella mientras veía como nos alejábamos.

Me calé la capucha en cuanto empezamos a andar con paso firme entre las rocas hacia el aparcamiento. Habían comenzado a caer unas cuantas gotas, formando marcas oscuras sobre las rocas en las que impactaban. Cuando llegamos al coche de Mike, los otros ya regresaban de vuelta, cargando con todo. Me deslicé al asiento trasero junto a Angela y Tyler, anunciando que ya había gozado de mi turno junto a la ventanilla. Además era porque no quería sentarme al lado de Lauren y su fastidiosa amiga de nuevo.

Angela se limitó a mirar por la ventana a la creciente tormenta, por lo que sólo pude reclinar la cabeza sobre el asiento, cerrar los ojos e intentar no pensar con todas mis fuerzas. Eso era lo único que no quería hacer ahora…no pensar en nada ni en nadie.

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