sábado, 29 de agosto de 2009

Tranquis mis chicas del chat, aqui el capi xD

Capitulo #11
"Complicaciones"


Todo el mundo prácticamente no nos quito el ojo de encima cuando nos dirigimos juntos a nuestra mesa del laboratorio. Me di cuenta de que ya no alejaba la silla para sentarse todo lo lejos que le permitía la mesa y sobre todo de mi. En lugar de eso, se sentaba bastante cerca de mí, nuestros brazos casi se tocaban.
El señor Banner — ¡Diablos, justo ahora se le ocurre ser puntual! Pensé— entró a clase de espaldas llevando una gran mesa metálica de ruedas con un vídeo y un televisor tosco y anticuado. Una clase con película. El relajamiento de la atmósfera fue casi palpable, claro que relajamientos para ellos, para mi empezaba el martirio…las malditas voces.
El profesor introdujo la cinta en el terco vídeo y se dirigió hacia la pared para apagar las luces. Maldita sea las voces se intensificaban con cada paso de el señor Banner o qué?
Entonces, cuando el aula quedó a oscuras, adquirí conciencia plena de que Bella se sentaba a menos de tres centímetros de mí. La inesperada electricidad que fluyó por mi cuerpo me dejó completamente aturdido, sorprendido de que fuera posible estar más pendiente de ella de lo que ya lo estaba. Estuve a punto de no poder controlar el loco impulso de extender la mano y tocarla, acariciar aquel rostro hermoso y cálido en medio de la oscuridad. Crucé los brazos sobre mi pecho con fuerza, con los puños crispados. Estaba perdiendo el juicio. Además yo era un caballero…no me podía permitir pensar en ella de esa manera.

Comenzaron los créditos de inicio, que iluminaron la sala de forma simbólica. Por iniciativa propia, mis ojos se precipitaron sobre ella. Sonreí al comprender que su postura era idéntica a la mía, con los puños cerrados debajo de los brazos. Correspondió a mi sonrisa. Desvié la mirada, no solo tenía que aguantar mis impulsos, sino tenía que aguantar muy aparte el ataque de voces que se acercaba cada vez más a mí. Era absolutamente ridículo que aun me afectara esta situación, tendría que aprender a vivir o a lidiar con ella, después de todo el escuchar voces no era tan malo.
Diablos como olvide hacerme la manicura… mis uñas estan horrendas
Maldita Cullen…ya me las pagara, aparte de que se sienta con Edward tiene que mirarlo de esa manera delante de toda la clase? Tengo una noticia para ti Isabella…YA ES TUYO no tiene por qué alardear.

Jessica estaba haciendo de las suyas con sus pensamientos.
La hora se me hizo eterna. No pude concentrarme en la película, ni siquiera supe de qué tema trataba. Intenté relajarme en vano, los pensamientos de todas las personas del salón me iban a volver loco además sentía una opresión terrible en el pecho ya que la corriente eléctrica que parecía emanar de algún lugar de su cuerpo no cesaba nunca. Pero extrañamente, el estar cerca de Bella me relajaba demasiado, no había voces molestosas ni pensamientos incoherentes salvo los míos…con ella todo era paz.
De forma esporádica, me permitía alguna breve ojeada en su dirección, pero ella tampoco parecía relajarse en ningún momento, es mas ella también parecía ansiosa y no dejaba de mirarme. El abrumador anhelo de tocarla también se negaba contundentemente a desaparecer.
Exhalé un suspiro de alivio cuando el señor Banner encendió las luces al final de la clase y estiré los brazos. A mi lado, Bella se rió entre dientes.
—Vaya, esto ha sido de lo más interesante —murmuró
—Humm, si eso parece—fue todo lo que fui capaz de responder.
— ¿Nos vamos? —preguntó mientras se levantaba torpemente tropezando con la silla. ¿Cómo era posible que alguien pudiera ser tan torpe y tan hermosa a la misma vez?
Casi gemí. Llegaba la hora de Educación física. Me alcé con cuidado, preocupado por la posibilidad de que esa nueva y extraña intensidad establecida entre nosotros hubiera afectado a mi sentido del equilibrio, pero no fue así, mi impecable sentido del equilibrio estaba intacto, me reí de mi mismo y ella me miro con cautela pero no me dijo nada.
Caminé silencioso a su lado hasta la siguiente clase y me detuve en la puerta. Me volví para despedirme. Me sorprendió la expresión desgarrada, casi dolorida, y terriblemente hermosa de su rostro, y el anhelo de tocarle se inflamó con la misma intensidad que antes. Enmudecí, mi despedida se quedó en la garganta. Pero me decidí y me dije a mi mismo Se valiente.
Vacilante y con el debate interior reflejado en mis ojos, alcé la mano y recorrí rápidamente su pómulo con las yemas de los dedos. Su piel estaba tan fría como de costumbre, pero su roce quemaba, había algo diferente en ella…algo inexplicable.
Volvió el rostro sin decir nada, su mejilla estaba de un hermoso color rosa pastel y entonces ella se alejó rápidamente a grandes pasos hacia su salón. Me quede atónito pero me dirigí hacia el gimnasio, el entrenador Clapp no me aceptaría otra falta más.
Entré en el gimnasio, mareado y tambaleándome un poco. Me dejé ir hasta el vestuario, donde me cambié como en estado de trance, vagamente consciente de que había otras personas en torno a mí. No fui consciente del todo hasta que empuñé una raqueta. No pesaba mucho, pero la sentí insegura en mi mano, en todos mis vagos recuerdos de mi infancia y aun hasta ahora jamás me había sentido como en aquel momento…totalmente confundido y frágil. Vi a algunas chicas de clase mirarme y murmurar a hurtadillas. El entrenador Clapp nos ordenó jugar por parejas.
Gracias a Dios, aún quedaban algunas astillas de mi amistad con Jessica, que acudió a mi lado.
— ¿Quieres formar pareja conmigo? Edward…te lo pido di que si…no me rechaces de nuevo.
—Gracias, Jess... —hice un gesto de disculpa—. No tienes por qué hacerlo, ya lo sabes. El corazón se me partía, odiaba hacer sufrir a la gente. En especial a Jess, ella había sido muy buena conmigo, tal vez jamás debí dejar que se hiciera ilusiones conmigo estando yo enamorado de alguien más.
—No—te preocupes, me mantendré lejos de tu camino y del de ella también —dijo con una amplia sonrisa, moviendo sus rizos mientras meneaba la cabeza tratando parecer graciosa.
Algunas veces, era muy fácil que Jessica me gustara.
La clase no transcurrió sin incidentes. No sé cómo Jessica, con el mismo golpe se las arregló para darme a mí en el hombro y golpearse ella misma la cabeza con la raqueta. Jessica pasó el resto de la hora en el rincón de atrás de la pista, con la raqueta sujeta bien segura detrás de la espalda y con unas mejillas sumamente rojas. A pesar de estar en desventaja por su causa, yo era muy bueno, y gané solo tres de los cuatro partidos. No era por alardear pero nadie me vencía en los deportes. Note como Jess me contemplaba aun sentada en su rincón, eso no me gusto para nada…se suponía que ella tenía novio…aunque su novio fuera un patán.
—Así... —dijo cuando nos alejábamos juntos de la pista. Como empiezo…como le digo.
—Así... ¿qué? Ya sabes puedes empezar por el principio. Ella me miro con los ojos abiertos pero no dijo nada. Me mordí la lengua, tenía que aprender a controlar mi habilidad para leer los pensamientos de la gente.
—Tú y… Cullen, ¿eh? —preguntó con tono de rebeldía y enojo. Mi anterior sentimiento de afecto se disipó. Malditos Cullen, por que no se quedaron en su estúpida Alaska, Maldita Isabella, rara estúpida.
—No es de tu incumbencia, Jess, te pido que no te metas en esto —le avisé mientras en mi fuero interno maldecía a Mike, enviándola al infierno. ¿Cómo podía un hombre ser tan chismoso?
—No me gusta —musitó en cualquier caso. No me gusta para nada sinceramente…tenía planeado otra cosa para ti Masen…tenía planeado que tu y yo…
—No tiene por qué —le repliqué bruscamente para acallar las voces que venían y se incrustaban en mi cerebro. Ya era suficiente, no iba permitir que nadie se interpusiera entre mi rara “amistad” con Bella, aunque para ello me fuera quedando sin amigos, siempre la tendría a ella…a mi Bella.
—Te mira como si... —me ignoró y prosiguió—: Te mira como si fueras no se…algo comestible. Y vaya que sí, no me salgas con la idiotez de que no te has dado cuenta aún, aquella maldita rara no te merece y punto.
Contuve la histeria que amenazaba con estallar, pero a pesar de mis esfuerzos se me escapó una risita tonta. Me miró ceñuda y confundida. Me despedí con la mano y huí al vestuario. Sentí que la sangre me hervía por dentro, la ira me dominaba y no me iba permitir gritarle a una dama, aunque aquella dama le hubiera dicho “maldita rara” a la persona más importante que había tenido jamás.
Me vestí a toda prisa. Un revoloteo más fuerte que el de las mariposas golpeteaba incansablemente las paredes de mi estómago al tiempo que mi discusión con Jessica se convertía en un recuerdo lejano. Me preguntaba si Bella me estaría esperando a las afueras de su salón o si me reuniría con ella en su coche. ¿Qué iba a ocurrir si su familia estaba ahí? Me invadió una oleada de pánico. ¿Sabían que lo sabía? ¿Se suponía que sabían que lo sabía, o no?... Por favor que no lo sepan, rogué para mis adentros.
Salí del gimnasio en ese momento. Había decidido ir a pie hasta casa sin mirar siquiera al aparcamiento, pero todas mis preocupaciones fueron innecesarias. Bella me esperaba, apoyada con indolencia contra la pared del gimnasio. Su bello rostro estaba calmado. Sentí peculiar sensación de alivio mientras caminaba a su lado.
—Hola —musité mientras esbozaba una gran sonrisa.
—Hola —me correspondió sacudiendo la cabeza como si algo o alguien la hubiera mareado—. ¿Cómo te ha ido con Stanley en gimnasia?
Mi rostro se enfrió un poco.
—Bien —mentí. Ella no necesitaba saber sobre las horrendas cosas que Jess pensaba sobre ella.
— ¿De verdad?
No estaba muy convencida. Desvió levemente la vista y miró por encima del hombro. Entrecerró los ojos. Miré hacia atrás para ver la espalda de Jessica al alejarse.
— ¿Qué pasa? —exigí saber. Estaba seguro, Bella sabía lo que había pasado con Jessica.
Aún tensa, volvió a mirarme.
—Stanley me saca canas verdes.
— ¿No habrás estado escuchando otra vez?
Todo atisbo de mi repentino buen humor se desvaneció.
— ¿Cómo le irá a esa cabeza no? Ojala y ese golpe le cause algo peor que un tumor—dijo sonriendo con inocencia, pestañeando y haciendo que sus ojos lucieran aun más adorables.
— ¡Eres increíblemente curiosa y entrometida!
Me di la vuelta y me alejé caminando con paso firme hacia el aparcamiento a pesar de que había descartado dirigirme hacia ese lugar.
Me dio alcance con facilidad, aunque Bella venia tropezando con sus propios pies.
—Lo siento Edward, es que me dieron muchas ganas de ver a tus admiradoras en acción y de paso te hache un ojeadita, discúlpame.
No parecía para nada arrepentida, de modo que le ignoré.
Caminamos en silencio —un silencio lleno furia por mi parte— hacia su coche, pero tuve que detenerme unos cuantos pasos después, ya que un gentío, todos chicos, lo rodeaban. Luego, me di cuenta de que no rodeaban al Mercedes, sino al descapotable rojo de Rosalie con un inconfundible deseo en los ojos.
"Este coche esta de lujo, si al menos me aumentaran la mesada y me ahorrara algo aproximadamente unos 10 años de mi vida tendría un de estos".
"Esta buenísimo… ¿Cómo es que los Cullen conducen estos carros?"

Y las voces continuaron sucesivamente…trate de concentrarme solo en Bella para que las voces calmaran y así lo hicieron.
Ninguno alzó la vista hacia Bella cuando se deslizó entre ellos para abrir la puerta. Me encaramé rápidamente al asiento del copiloto, pasando también inadvertido.
—Ostentoso —murmuró ella.
— ¿Qué tipo de coche es?
—Un BMW…no?
— Si, eso lo sé pero me preguntaba si ese no es un M3.
—No hablo jerga de Car and Driver.
—Ah, bueno eso se te nota. dije sonriendole.
Entornó los ojos sin mirarme mientras intentaba salir hacia atrás y no atropellar a ninguno de los fanáticos del automóvil.
Asentí. Los coches era el único vicio que había tenido en mis días en Phoenix. Si por mí fuera hablaría de coches desde el amanecer hasta el anochecer. Seguro y esto era porque era hombre, pero rápidamente me acorde de Leah, la chica de la reserva, había excepciones.
— ¿Sigues enfadado? —preguntó mientras maniobraba con cuidado para salir.
—Mejor no te digo así te imaginas lo enfadado que estoy.
Suspiró.
— ¿Me perdonarás si te pido disculpas?
—Puede...si te disculpas y arrepientes de corazón—insistí—, y prometes no andarme espiando otra vez.
Sus ojos brillaron con una repentina astucia y se mordió el labio inferior. Rayos, eso la hizo lucir mega sexy.
— ¿Qué te parece si me disculpo sinceramente y accedo a dejarte conducir el sábado? —me propuso como contraoferta.
Lo tanteé y decidí que probablemente era la mejor oferta que podría conseguir, por lo que la acepté:
—Hecho.
—Entonces, lamento haberte molestado —durante un prolongado periodo de tiempo, sus ojos color chocolate relucieron con sinceridad, causando estragos en mi ritmo cardiaco. Luego, se volvieron picaros—. A primera hora de la mañana del sábado estaré en el umbral de tu puerta.
—Sabes que es mejor?
— ¿Qué? Dijo dudosa
—Lo mejor seria que yo te fuera a recoger a tu casa, además por algo soy el chico ¿no?
El rostro de Bella se tenso de repente. Estúpido, me dije a mí mismo.
—Lo mejor, será que yo vaya a tu casa Edward, lo creo más conveniente.
—Humm... Que un Mercedes se quede en la carretera no me va a ser de mucha ayuda con Charlie.
Esbozó una sonrisa condescendiente.
—No tengo intención de llevar el coche.
— ¿Cómo...?
—No te preocupes —me cortó—. Estaré ahí sin coche.
Lo dejé correr. Tenía una pregunta más apremiante.
— ¿Ya es “más tarde”? —pregunté de forma elocuente. Ella frunció el ceño.
—Bueno…supongo que sí.
Mantuve la expresión amable y cálida mientras esperaba y le dedique una sonrisa.
Paró el motor del coche después de aparcarlo detrás del mío. Alcé la vista sorprendido: habíamos llegado a casa de Charlie, por supuesto. Resultaba más fácil montar con Bella si sólo la miraba a ella hasta concluir el viaje, ya que conducía como una desquiciada. Cuando volví a levantar la vista, ella me contemplaba, evaluándome con la mirada.
—Y aún quieres saber por qué no puedes verme cazar, ¿no? —dijo en forma seria, pero creí atisbar un rescoldo de humor en el fondo de sus ojos.
—Bueno —aclaré—, sobre todo me preguntaba el motivo de tu muy extraña reacción.
— ¿Te asusté? —me dijo riendo.
Sí. Sin duda, estaba de buen humor.
—No, por supuesto que no —le mentí, pero no picó.
—Lamento haberte asustado —persistió con una leve sonrisa, pero entonces desapareció la evidencia de toda broma—. Fue sólo la simple idea de que tu estuvieras allí mientras cazábamos.
Su expresión cambio de improvisto.
— ¿Qué, acaso estaría mal?
—Claro que si, demasiado mal —respondió apretando los dientes.
— ¿Por...?
Respiró hondo y contempló a través del parabrisas las espesas nubes en movimiento que descendían hasta quedarse casi al alcance de la mano.
—Nos entregamos por completo a nuestros sentidos cuando cazamos —habló despacio, a regañadientes—, nos regimos menos por nuestras mentes. Domina sobre todo el sentido del olfato. Si estuvieras en cualquier lugar cercano cuando pierdo el control de esa manera... es que tú no sabes que es más difícil para mí que para mis hermanos…para siempre ah sido más difícil—sacudió la cabeza mientras se demoraba contemplando malhumorada las densas nubes.
Mantuve mi expresión firmemente controlada mientras esperaba que sus ojos me mirasen para evaluar la reacción subsiguiente. Mi rostro no reveló nada.
Pero nuestros ojos se encontraron y el silencio se hizo más profundo... y todo cambió. Descargas de la electricidad que había sentido aquella tarde comenzaron a cargar el ambiente mientras Bella contemplaba mis ojos de forma inhumana. El deseo se apoderó de mí nuevamente y podía ver claramente que en ella también, siempre se me había dado bien leer los rostros de las personas, en este caso ella no era una excepción.
—Edward, creo que ahora deberías entrar en casa —dijo con voz ronca sin apartar la vista de mis ojos, luego retrocedió un poco y sacudió la cabeza un par de veces.
Abrí la puerta y la ráfaga de frío polar que irrumpió en el coche me ayudó a despejar la cabeza. Como estaba medio mareado, tuve miedo de tropezar, por lo que salí del coche con sumo cuidado y cerré la puerta detrás de mí sin mirar atrás. El zumbido de la ventanilla automática al bajar me hizo darme la vuelta.
— ¿Edward? —me llamó con voz más sosegada y clara.
Se inclinó hacia la ventana abierta con una leve sonrisa en los labios.
— ¿Sí?
—Te voy advirtiendo que mañana es mi turno —afirmó.
— ¿turno de qué?
Sonrió ampliamente.
—Hacer las preguntas tonto.
Luego se marchó. El coche bajó la calle a toda velocidad y desapareció al doblar la esquina. Sonreí mientras caminaba hacia la casa. Cuando menos, resultaba obvio que planeaba verme mañana.
Bella protagonizó mis sueños aquella noche, como de costumbre. Pero el clima de mi inconsciencia había cambiado. Me estremecía con la misma electricidad que había presidido la tarde, me agitaba y daba vueltas sin cesar, despertándome a menudo. Hasta bien entrada la noche no me sumí en un sueño agotado y sin sueños.
Al despertar no sólo estaba cansado, sino con los nervios a flor de piel, jamás me había sentido así, jamás. Me enfundé el suéter de cuello vuelto color azul y los inevitables jeans mientras soñaba despierto con camisetas y shorts. El desayuno fue el tranquilo y esperado suceso de siempre. Charlie se preparó unos huevos fritos y yo mi cuenco de cereales. Me preguntaba si se había olvidado de lo de este sábado, pero respondió a mi pregunta no formulada cuando se levantó para dejar su plato en el fregadero.
—Respecto a este sábado... —comenzó mientras cruzaba la cocina y abría el grifo.
Me encogí.
— ¿Sí, papá? Me concentre en escuchar todas las voces provenientes de la mente de mi padre.
— ¿Sigues empeñada en ir a Seattle? Por el amor de Dios dime que ya no es así.
—Ese era el plan.
Hice una mueca mientras deseaba que no lo hubiera mencionado para no tener que componer cuidadosas medias verdades.
Esparció un poco de jabón sobre el plato y lo extendió con el cepillo.
— ¿Estás seguro de que no puedes estar de vuelta a tiempo para el baile? La hija de uno de los oficiales va a el mismo instituto y aun no tiene pareja…me preguntaba si tu… vamos Edward, a todos los jóvenes de tu edad van a ir…o es que harás algo que yo no sé?
—No voy a ir al baile, papá.
Le fulminé con la mirada.
— ¿No te lo ha pedido nadie…ninguna chica en especial? —preguntó al tiempo que ocultaba su consternación concentrándose en enjuagar el plato. Pobre muchacho no se lo han pedido.
Esquivé el campo de minas, demasiado irritado.
—Pues para que lo sepas tres chicas me lo han pedido.
—Ah. Al menos mis dudas se despejan.
Frunció el ceño mientras secaba el plato.
Sentía simpatía hacia él. Debe de ser duro ser padre y vivir con el miedo a que tu hijo encuentre a la chica que le gusta y luego meta la pata y la deje embarazada, pero aún más duro el estar preocupado de que no sea así y que nunca sea feliz. Qué horrible sería, pensé con estremecimiento, si Charlie tuviera la más remota idea de qué era exactamente lo que me gustaba. A demás Charlie no era un devoto a los Cullen, es mas yo sabía que él les guarda un especie de miedo y desconfianza como todos los otros habitantes de este pueblo.
Entonces, Charlie se marchó, se despidió con un movimiento de la mano y yo subí las escaleras para cepillarme los dientes y recoger mis libros. Cuando oí alejarse el coche patrulla, sólo fui capaz de esperar unos segundos antes de echar un vistazo por la ventana. El coche negro ya estaba ahí, en la entrada de coches de la casa. Tendría que hablar de esto con Bella, me sentía raro que fuera y ella y no yo el que fuera y la recogiera para ir a la escuela.
Bajé las escaleras y salí por la puerta delantera, preguntándome cuánto tiempo duraría aquella extraña rutina. No quería que acabara jamás, aunque era demasiado rara.
Me aguardaba en el coche sin aparentar mirarme cuando cerré la puerta de la casa sin molestarme en echar el pestillo. Me encaminé hacia el coche, me detuve con timidez antes de abrir la puerta y entré. Estaba sonriente, relajada y, como siempre, absolutamente hermosa.
—Buenos días Edward —me saludó con su típica voz aterciopelada—. ¿Cómo estás hoy?
Me recorrió el rostro con la vista, como si su pregunta fuera algo más que una mera cortesía. Me miro directamente hacia los ojos y luego agacho su hermoso rostro totalmente ruborizada.
—Bien, gracias.
Siempre estaba bien, mucho mejor que bien, cuando me hallaba cerca de ella. Su mirada se detuvo en mis ojeras.
—Pareces cansado.
—No pude dormir —confesé, y de inmediato me removí mis alborotados cabellos preparando alguna medida para ganar tiempo.
—Bueno, creo que yo si pude dormir algo mejor que tu —dijo mientras encendía el motor.
Me estaba acostumbrando a ese silencioso ronroneo. Estaba convencido de que me exaltaría el rugido del monovolumen, siempre que llegara a conducirlo de nuevo.
—Lo había olvidado…me dijiste que puedes dormir no es cierto? —Me reí— En serio puedes dormir?...no que lo vampiros no duermen.
— Eso es cierto, pero parece que yo hago la excepción
—Apostaría a que sí. —Dije mirando por la ventana. — ¿En qué soñaste anoche?
—No te escapes —rió entre dientes—. Hoy me toca hacer las preguntas a mí.
—Ah, es cierto. Adelante ¿Qué quieres saber?
Torcí el gesto. No lograba imaginar que hubiera nada en mi vida que le pudiera resultar interesante.
— ¿Cuál es tu color favorito? —preguntó con rostro grave.
Puse los ojos en blanco. ¿Ósea que iban a ser esa clase de preguntas?
—El azul, sin dudarlo.
— ¿Cuál es tu color favorito hoy? —seguía muy solemne.
—El azul, y probablemente mañana también siga siendo el azul.
Bella resopló y abandonó su expresión seria.
— ¿El azul? —inquirió con escepticismo.
—Seguro. Es un color que demuestra deseos de paz, silencio y hasta soledad. Azul significa espiritualidad y orden. Es un color que no tiene nada de amenazador, y a las personas que les gustan probablemente valoran mucho la lealtad y honestidad. ¿Es mi color ideal no crees?
Mi pequeño delirio pareció fascinarle. Lo estuvo pensando un momento sin dejar de mirarme a los ojos.
—Tienes razón —decidió, serio de nuevo—. El azul es tu color.
Rápidamente, aunque con cierta vacilación, extendió la mano y me toco el pelo. Todo sucedió en cuestión de segundos, segundos que fueron absolutamente mágicos para mí. Mi corazón palpito como loco, sentí que se iba a salir de mi pecho.
Para ese momento ya estábamos en el instituto. Se volvió de espaldas a mí mientras aparcaba.
— ¿Qué CD has puesto en tu equipo de música? —tenía el rostro tan sombrío y serio, tal y como si me exigiera una confesión de asesinato.
Me di cuenta de que no había quitado el CD que me había regalado Phil. Esbozó una sonrisa traviesa y un brillo peculiar iluminó sus ojos cuando le dije el nombre del grupo. Tiró de un saliente hasta abrir el compartimiento de debajo del reproductor de CD del coche, extrajo uno de los treinta discos que guardaba apretujados en aquel pequeño espacio y me lo entregó.
— ¿Por si acaso no se parece a este? —enarcó una ceja. Era el mismo CD. Examiné la familiar carátula con la mirada gacha.
El resto del día siguió de forma similar. Me estuvo preguntando cada insignificante detalle de mi absurda existencia mientras me acompañaba a Lengua, cuando nos reunimos después de Español, toda la hora del almuerzo. Las películas que me gustaban y las que detestaba; los pocos lugares que había visitado; los muchos sitios que deseaba visitar, o los idiomas que me interesaban y los que no; y libros, libros sin descanso.
No recordaba la última vez que había hablado tanto. La mayoría de las veces me sentía apocado, con la certeza de resultarle aburrido, pero el completo ensimismamiento de su rostro y el interminable diluvio de preguntas me obligaban a continuar. La mayoría eran fáciles, sólo unas pocas provocaron que me callara y me sonrojara o me irritara, pero cuando esto ocurría, se iniciaba toda una nueva ronda de preguntas.
Biología volvió a ser un engorro. Bella había continuado con su cuestionario hasta que el señor Banner entró en el aula arrastrando otra vez el equipo audiovisual. Cuando el profesor se aproximó al interruptor, me percaté de que Bella alejaba levemente su silla de la mía. No sirvió de nada. Saltó la misma chispa eléctrica y el mismo e incesante anhelo de tocar su rostro, como el día anterior, en cuanto la habitación se quedó a oscuras. Y también las voces volvieron a atacarme.
Me recliné en la mesa y apoyé el mentón sobre los brazos doblados. Los dedos ocultos aferraban el borde de la mesa mientras luchaba por ignorar el estúpido zumbido de las voces de todos en el salón.
No le miraba, temeroso de que fuera mucho más difícil mantener el autocontrol si ella me miraba. Intenté seguir la película con todas mis fuerzas, pero al final de la hora no tenía ni idea de lo que acababa de ver. Suspiré aliviado cuando el señor Banner encendió las luces y por fin miré a Bella, que me estaba contemplando con unos ojos que no supe interpretar.
Se levantó en silencio y se detuvo, esperándome. Caminamos hacia el gimnasio sin decir palabra, como el día anterior, y también le acaricie la mejilla, sin despegar los labios, sin decir nada... esto hacia que la mejilla de Bella adquiriera nuevamente un tono rosáceo muy hermoso, Bella dio la vuelta esta vez más lentamente que la anterior y se marcho atreves de los pasillos pero para su mala suerte tropezó con unos de los cordones de sus zapatillas y casi se resbala. Ella volteo y me saco la lengua y luego siguió caminando hasta su salón.
Bella era la mujer ideal para mí, ¿pero acaso alguien tan insignificante como yo se merecía a semejante ángel?…no, la respuesta era no.
La clase de Educación física pasó rápidamente mientras contemplaba el espectáculo del equipo unipersonal de voleibol de Jessica, que hoy no me dirigía la palabra, ya fuera como reacción a mi expresión ausente o porque aún seguía enfadada por nuestra pequeña/gran disputa del día anterior. Me sentí mal por ello en algún rincón de la mente, pero no me podía ocupar de ella en ese momento.
Después, me apresuré a cambiarme, incómodo, sabiendo que cuanto más rápido me moviera, más pronto estaría con Bella. La precipitación me volvió torpe, pero al fin salí por la puerta; sentí el mismo alivio al verle esperándome ahí y una amplia sonrisa se extendió por mi rostro. Respondió con otra antes de lanzarse a nuevas preguntas.
Ahora eran diferentes, aunque no tan fáciles de responder. Quería saber qué echaba de menos de Phoenix, insistiendo en las descripciones de cualquier cosa que desconociera. Nos sentamos frente a la casa de Charlie durante horas mientras el cielo oscurecía y nos cayó a plomo un repentino aguacero.
Intenté describir cosas imposibles como el aroma de la creosota —amargo, ligeramente resinoso, pero aun así agradable—, el canto fuerte y lastimero de las cigarras en julio, la liviana desnudez de los árboles, las propias dimensiones del cielo, cuyo azul se extendía de uno a otro confín en el horizonte sin otras interrupciones que las montañas bajas cubiertas de purpúreas rocas volcánicas.
Lo más arduo de explicar fue por qué me resultaba tan hermoso aquel lugar y también justificar una belleza que no dependía de la vegetación espinosa y dispersa, que a menudo parecía muerta, sino que tenía más que ver con la silueta de la tierra, las cuencas poco profundas de los valles entre colinas escarpadas y la forma en que conservaban la luz del sol. Me encontré gesticulando con las manos mientras se lo intentaba describir. Le hable sobre mis amigos y las veces que habíamos estado por aquellas planicies desérticas y calurosas buscándonos problemas a más no poder.
Sus preguntas discretas y perspicaces me dejaron explayarme a gusto y olvidar a la lúgubre luz de la tormenta la vergüenza por monopolizar la conversación. Al final, cuando hube acabado dé detallar mi desordenada habitación en Phoenix, hizo una pausa en lugar de responder con otra cuestión.
— ¿Has terminado? —pregunté con alivio.
—Ya quisieras, lo que pasa es que se me hace raro que tu padre aun no haiga llegado.
— ¡Charlie! —de repente, recordé su existencia y suspiré. Estudié el cielo oscurecido por la lluvia, pero no me reveló nada—. ¿Es muy tarde? —me pregunté en voz alta al tiempo que miraba el reloj. La hora me había pillado por sorpresa. Charlie ya debería de estar conduciendo de vuelta a casa.
—Bueno, es la hora del crepúsculo —murmuró Bella al mirar el horizonte de poniente, oscurecido como estaba por las nubes.
Habló de forma pensativa, como si su mente estuviera en otro lugar lejano. La contemplé mientras miraba fijamente a través del parabrisas. Seguía observándole cuando de repente sus ojos se volvieron hacia los míos.
—Es la hora más segura para nosotros —me explicó en respuesta a la pregunta no formulada de mi mirada—. El momento más fácil, pero también el más triste, en cierto modo... el fin de otro día, el regreso de la noche —sonrió con añoranza—. La oscuridad es demasiado predecible, ¿no crees?
—Me gusta la noche. Jamás veríamos las estrellas sin la oscuridad —fruncí el entrecejo—. No es que aquí se vean mucho si vamos al caso.
Se rió, y repentinamente su estado de ánimo mejoró.
—Charlie seguramente estará aquí en cuestión de segundos. Esto…ya le contaste sobre nuestro paseo del sábado ¿no?
Enarcó una ceja y me miro de forma inquisidora. La verdad es que se me había pasado decirle a Charlie.
—Bueno…no se lo he dicho aun…lo hare esta noche —mentí y reuní mis libros mientras me daba cuenta de que me había quedado entumecido al permanecer sentado y quieto durante tanto tiempo—. Entonces, ¿mañana me toca a mí? —no entendía muy bien el miedo que me daba al decirle a Charlie que ahora estaba saliendo con Bella Cullen, ¿Qué rayos era lo que me estaba pasando? ¿Por qué el miedo? Luego ella al fin exclamó:
— ¡Desde luego que no! —Exclamó con fingida indignación—. No te he dicho que haya terminado, ¿verdad?
— ¿Qué más queda? Ya te sabes casi toda mi vida, acaso queda algo más…
—Lo averiguarás mañana.
Extendió una mano para abrirme la puerta y su súbita cercanía hizo palpitar alocadamente mi corazón. Hasta cuando iba a durar todo esto.
Pero su mano se paralizó en la manija.
—Que idiotez, como es que se atreven… —murmuró.
— ¿Qué ocurre?
Me sorprendió verla con la mandíbula apretada y los ojos turbados. Me miró por un instante y me dijo con desánimo:
—Otra complicación.
Abrió la puerta de golpe con un rápido movimiento y, casi encogido, se apartó de mí con igual velocidad.
El destello de los faros a través de la lluvia atrajo mi atención mientras a escasos metros un coche negro subía el bordillo, dirigiéndose hacia nosotros.
—Charlie ya está llegando —me avisó mientras vigilaba atentamente al otro vehículo a través del aguacero.
A pesar de la confusión y la curiosidad, bajé rápidamente del coche. El estrépito de la lluvia era mayor al rebotarme sobre la cazadora.
Quise identificar las figuras del asiento delantero del otro vehículo, pero estaba demasiado oscuro. Pude ver a Bella a la luz de los faros del otro coche. Aún miraba al frente, con la vista fija en algo o en alguien a quien yo no podía ver. Su expresión era una extraña mezcla de frustración y desafío.
Aceleró el motor en punto muerto y los neumáticos chirriaron sobre el húmedo pavimento. El Mercedes negro desapareció de la vista en cuestión de segundos.
—Hola, Edward —llamó una dulce voz familiar desde el asiento del conductor del pequeño coche negro.
— ¿Leah? —pregunté, parpadeando bajo la lluvia.
Sólo entonces dobló la esquina el coche patrulla de Charlie y las luces del mismo alumbraron a los ocupantes del coche que tenía enfrente de mí.
Leah ya había bajado. Su amplia y dulce sonrisa era visible incluso en la oscuridad. En el asiento del copiloto se sentaba un hombre mucho mayor, corpulento y de rostro memorable..., un rostro que se desbordaba, las mejillas llegaban casi hasta los hombros, las arrugas surcaban la piel rojiza como las de una vieja chaqueta de cuero. Los ojos, sorprendentemente familiares, parecían al mismo tiempo demasiado jóvenes y demasiado viejos para aquel ancho rostro. Era Billy Black y el que estaba en el asiento trasero era su hijo Jacob Black.
Billy Black, el jefe de la tribu de los Quileute, lo supe inmediatamente a pesar de que en los cinco años transcurridos desde que lo había visto por última vez me las había arreglado para olvidar su nombre hasta que Charlie lo mencionó el día de mi llegada. Me miraba fijamente, escrutando mi cara, por lo que esbocé una sonrisa con timidez. Tenía los ojos desorbitados por la sorpresa o el pánico y resoplaba por la ancha nariz. Mi sonrisa se desvaneció.

“Otra complicación”, había dicho Bella.
Billy seguía mirándome con intensa ansiedad. Gemí en mi fuero interno. ¿Había reconocido Billy a Bella con tanta facilidad? ¿Creía en las leyendas inverosímiles de las que se había mofado Leah?
La respuesta estaba clara en los ojos de Billy. Sí, por supuesto que así era.
Billy si creía en la existencia de los vampiros, y por si fuera poco, sabía lo que los Cullen eran.

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Chicas Lindissssimas del c-box, les agradecemos sus apoyos y su conprension!!
los capitulos iran yendo lo mas rapido que podamos, imaginense que tenemos 3 libros mas por delante asi que iremos subiendo aunque sea de tres o de dos capitulos oki?
Asi que no se me desesperen, y gracias por su fidelidad!!
Atte:
Ingrid & Rose.


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